miércoles, 3 de enero de 2007

El Rescate

Abrí los ojos lentamente. Tragándome el dolor del disparo de mi brazo izquierdo, que manaba gota a gota, mezclado con mí sangre. Pude ver con odio al desgraciado que me había disparado. –“ inche hijo de puta”- le grité con rabia y dolor. Entre la oscuridad y el polvo que flotaba en la atmósfera del lugar, reconocí la figura colosal de “El niño Jacob”; que, a su modo atontado, reía de formada sádica. Con gusto.

-“Ja ha Ja, yo te mate, Ja ha Ja”- dijo con su clásico tono de ido y cruel. Antes de que, un fugaz disparo de metralleta, le diera a media frente. Haciéndole caer como plomo al suelo, con una sonrisa macabra dibujada en el rostro.

Una lluvia de balas acompañó a la primera. El enorme tipo que caía, moviéndose por las balas. Salté con un movimiento rápido al extremo oculto de mi celda para protegerme. Más al caer sobre mi propio brazo herido, lancé un fuerte grito por el dolor insoportable.

Los disparos habían levantado una nube de polvo a una más densa y sombría, por todo el pasillo que corría a un lado de mi celda, y el fuerte olor a cartucho quemado, fastidiaba el aire húmedo que imperaba.

Desde el fondo de mi celda, vi como desde lejos una sombra avanzaba lentamente, desde la entrada del pasillo hasta la celda en la que me encontraba. El malestar en mi brazo cesó, ante el miedo de que fuese el mismo Coronel, el que había matado a su propio mozo. Quizás era tonto, pero me aumentó el terror, saber que venía furioso, matar a El niño Jacob ya era mucho. Mi fin estaba cerca.

-“¿Pensabas que te ibas a escapar?”- me dijo una voz ronca y demoníaca que salía entre la penumbra. La punta brillante de un cuerno de chivo entre las sombras y el polvo me hizo cerrar lo ojos fuertemente dominado por el miedo. Mi aliento quemaba mi boca. La herida de mi brazo sangraba al ritmo de mi pulso cada vez más rápido.

“Aunque tengas mil azules encima jamás tengas miedo Juan Felipe”, me decía Juan Hurtado, mi padre, “Lo peor que te pueden hacer es matarte, y la muerte es el único mal del que nadie se escapa. Así que, ¿Cuál pendiente?”.

“La muerte” dijo una vez Juan Martín ahogado en alcohol, una noche de parranda. “La muerte, mi querido Juan Felipe Jade...nos es otra cosa que tu última salida de escape. Cuando el mundo se te viene encima, que ni el mejor santo o la peor hierba te ayuda. La muerte es tu salida. La última, la última a buscar... Pero una salida al fin. Eso si, nadie escoge como va ser esa puerta, nadie. Lo sabe cuando está a punto de abrirla, ¿pero ya pa´ que le sirve?”

“Pues si” pensé, “¿ya pa´ que me sirve saber que voy a morir a plomazos?”. Resignado a mi suerte. Dominado por el insomnio, el encierro, el hambre y la locura. “De todos modos me va a chingar, he de escoger yo mi propia puerta”, supuse, mientras que con rapidez enrollaba en mi cuello la cadena que me retenía. “He de escoger mi propia puerta. No le daré el puto gusto a nadie”.

-“¡Nooo!”- grito fuertemente una voz conocida. Al notar que quería correr la cadena por mi cuello para ahorcarme. -“¿Qué chingados pensabas hacer cabrón?”-. Al abrir los ojos lentamente, vi la sonrisa bonachona del Sargento Zúñiga en el otro lado de la reja. –“¿No me digas que ibas a quitar el gusto de darte cuello yo mismo?”- dijo entre risas y rompiendo el cerrojo de un tiro.

-“¡Jamas¡”- dije, recuperado por la satisfacción de ver a un amigo de nuevo. -“¿Todo bien cabrón?”- preguntó con tono de preocupación camuflada Zúñiga, mientras quitaba la argolla que apretaba mi muñeca, que me apresaba a aquel lugar.

-“Casí”- contesté, levantando lentamente mi brazo lastimado del cual hacía largo rato no sentía el menor dolor. “¿Hay la chingues?” dijo con tono preocupante el Sargento, -“¿Sabes lo que tienes en el brazo, cabrón?”- habló con un acento cada vez mas asustado. Lenta y profundamente, mientras bajaba poco a poco el rostro hacia el suelo, menciono con preocupación-“Te van a tener que cortar el brazo, buey”-.

No hay comentarios: