jueves, 15 de febrero de 2007

Cambio de Rumbo

-“Vengo a guiarte por el verdadero camino, Mitlanpilli”- voy a repetir aquella misteriosa mujer con profunda y sepulcral voz, mientras que sus enormes blancos y profundos ojos, me miraban fijamente.

-“Tienes que llegar al centro del imperio antes de que las vueltas del tiempo te alcancen, el ciclo es corto, tu destino esta cerca”- comentó con su tono de ultratumba. –“¡Date prisa!”- gritó, mientras de un parpadeo, sus ojos se volvían amarillos y luminosos, a cada momento mas grandes. –…Juan Felipe, Juan Felipe…- oía susurrar a lo lejos,- …Juan Felipe, Juan Felipe…- cada momento mas fuerte y cercano.

- ¡Juan Felipe con un carajo, vas matarnos cabrón!- oí gritar a Martín, de repente con balde de agua fría un escandaloso claxon de trailer me volvió a la realidad. Era de madrugada e iba manejando la Sheriff, la camioneta del Sargento Zúñiga, junto a mi hermano Martín. Habíamos huido de la Siembra Verde, e íbamos con rumbo de la frontera.

Aquellos segundos pasaron lentamente. Con la fuertes luces del aquel camión encandilando la cabina pude ver la mano de Martín alargándose a tomar el volante, mientras que el enorme vehículo se salía la carretera, mis pies rápidamente me metieron lo mas profundo al freno, de un golpe el volante giró.

Solo oí el escandaloso frenado del trailer, las llantas de ambos chillar en el pavimento, antes de que una estruendosa caída acompañada de un chillido callara el ambiente y volviera el tiempo a correr normalmente.

Lo último que vi fue al camión de carga dar la vuelta hacia el lado opuesto de “la Sheriff”, como el mundo giraba ante el derrape de la camioneta, el gran remolque de carga que llevaba el trailer pasó a un pelo de rozar la caja. En un de tantos giros de cuello, la caja del gran vehículo contrario, caer al barranco que bordeaba aquella carretera.

“La Sheriff” ante el derrape del tuerce del volante, cambio totalmente su dirección, viendo hacia el lado contrario al que iba. El gran camión que se le había desprendido la caja trasera, cayendo al fondo de aquel barranco, mantenía su cabina volaba en el borde sostenida equilibradamente por las barras de seguridad.

Un hombre salio rápidamente de la puerta de aquella cabina en suspenso, saltando hacia el pavimento. Un instante después la caja de carga, que rodaba barranca a bajo, golpe finalmente el suelo, estallando. Haciendo con la explosión, caer finalmente la cabina al mismo destino, haciéndola estallar en pedazos por el viento.

El hombre que salto de la cabina, salió corriendo ante aquel suceso, aprensándose con la mano izquierda el brazo contrario que chorreaba de abundante sangre. Caminó tambaleándose hacia nosotros. Sin embargo, a medio camino se desplomó de golpe en el pavimento.

Lo observe tirado como bulto a media carretera, desamparado, lastimando, en una laguna de sangre y con una terrible mueca de dolor, como un fondo el humo negro de su vehículo ardiendo, solo pude hacer una cosa.

Mire a Martín, que confundido, miraba aquella escena al igual que yo. Me miro a los ojos y le dije con la mirada mi intención. Volvió a mirar hacia el hombre que yacía moribundo en el pavimento. Observó con atención la sangre oscurecida sobre los derrapes de los frenados. Miró con detenimiento los ojos agonizantes de aquel hombre, y acertó mi decisión con la mirada.

Antes de que cualquiera pudiera decir algo, mi pie se hundió hasta el fondo del penal. Era de madrugada, los primeros rayos de sol que nacían en el horizonte dieron un efecto de superioridad a la estrepitosa nube de polvo levantada por las llantas tras nosotros. Acelere a todo lo que “La Sheriff” pudo dar.

Pude ver por el retrovisor, como desde el suelo, el moribundo me recordaba, con su única mano sana, a mi santa madre. Lo mire con odio, tanto como cualquiera que me mirara desafiante. Sentí que mis ojos se quemaba al ver su silueta fijamente. De repente, un trozo de metal que había salido volando con la exposición, cayó sobre el hombre encajándosele por el cuello, dandole fin a su sufrimiento.

-“¿Qué haces cabrón?”- me interrogó repentina y reprimente Martín, mientras se acomodaba después del arranque tan espontáneo y me sacaba del espectáculo que observaba, –“¿Qué?- conteste desafiante aun con coraje –“¡Yo no hice nada!”-.

-“¡No!”- contestó sonriendo Martín – “¡Que bueno que se haya muerto aquel cabrón, se lo merece por pendejo”- y haciendo un ademán como de que no le importaba nada, continuó – “lo que te digo es vas por la ruta sur y a la frontera esta del otro lado”.

-¡Ya no!- conteste de golpe –“la frontera puede esperar cabrón”- y saber lo que decía, continué hablando, -“hay algo grande y poderoso en la capital, lo huelo. Como cuando sabía que los verdes estaban cerca antes de que cualquier pitazo, algo me dice que la capital nos hará grandes”- dije, acabando con un tono semidiabólico.

-“Estas loco, ya te afecto otra vez la dama blanca”-dijo riendo Martín –“al cabo yo no soy chofer por mi vamos a la cola del diablo si tu quieres”- y volvió a recostarse en el asiento, quedándose dormido al instante. – Casi, casi – dije en voz susurrante, mientras veía en mi mano todas las gemas de mi pulsera con verde jade profundo y brillante. –Casi casi-.