martes, 8 de mayo de 2007

Encuentro

¿La cruz de jade?- grité asustado -¿trajiste eso con nosotros?-. ¡Si!- me contestó fieramente Juan Felipe – la traje para protegerla de Mitlante,- y con un tono de poseído prosiguió- él conspira con los dioses del primer sol pues no quieren la gloria para el reino -. ¿Qué?- le interrumpí preguntando confuso -¿Mitlante? ¿Dioses del primer sol? ¿Gloria del imperio?, estas loco, ¡para la camioneta! – ordene. – José Juan –dijo seriamente Juan Felipe, mientras que el tiempo parecía alentarse con sus palabras- voy a contarte algo escucha.

Sus palabras comenzaron a manar extrañamente desde su boca. Como los guerreros que glorioso narran una gran batalla, era un idioma extraño pero mis oídos lo entendían como si fuese mi lengua madre. Aquella historia era de tiempos de guerra en que hombres blancos y barbados llegaron del mar, guiados por el brillo ambicioso del oro y el poder, comenzó narra desde otros ojos.

-Eran tiempos difíciles para el imperio- decía Juan Felipe con sabiduría. Los emperadores de las comarcas caían aterrados ante el yugo del miedo de los nuevos hombres. Que con bestias raras, lengua extraña, dioses invisibles, y armas brillantes, impartían temor desde su llegada a la costa.

Pero no todos era de temor y pesimismo, hubo un rey que no quiso ser sumiso, y busco ayuda en el unido lugar que podía darla. Aquel sitio era, “El Tonatiluca”, el lugar del sol, el lugar de los guerreros muertos que van ahí por ser valientes en la guerra, o para aquellos que tenían el honor de ser sacrificados en nombre de los dioses. Allí yacia desde el principio de los tiempos, en que el mundo fue creado, un gran esfera verdosa donde descansaba el poder que le restó a los dioses al crear el universo.

Aquella era una masa sin forma, de mañana era circular, de día plana, de noche amorfa y variante. Es pura energía, que latía a cada segundo dándole ritmo al mundo. Dice los antiguos que era tal la energía, que a cada latido despedía incandescencia, rayos de luz que se convertían en afiladas piedras, era jade, la piedra sagrada.

Para controlar todo aquel poder, que día a día aumentaba descontroladamente, los seres divinos debieron crear una segunda masa. La piedra, negra como la ceniza de la gran hoguera que dio a luz al mundo. La esfera oscura, que liberaba trozos de obsidiana, equilibraría el poder de la sagrada.

Para ayudar al rey que pedía ayuda, los dioses entraron a lo más profundo del Inframundo. Los comisionados para tal tarea fueron Huitzilopochtli, y dios de la guerra, Quetzalcoatl “El gemelo precioso”, que guiados por el mismo Mitlante, bajaron al reino muerto, volviendo con el corazón de la piedra sagrada que entregaron al rey para que defendiera su comarca.

Pero el rey sucumbió al poder, y sonsacado por el mismo Mitlante, que desde siempre había querido el poder de “la roca sagrada”, traicionó a los dioses y a sus compatriotas.

Las armas brillantes de los hombres barbados bendecidos por el poder del corazón de la piedra sagrada, vencieron al pueblo azteca. Los dioses se tragaron el llanto amargo al ver como los hombres caían.

Pero aquel mal no venia solo, y cuando los hombres blancos se apoderaron poco a poco de aquella tierra. Se cumplió una vuelta de los calendarios sagrados y al no haber sacrificios de purificación, los demonios encerrados desde los inicios del mundo, se escaparon y cual malditos por los dioses, salieron a esparcir el terror por la tierra-.

Estaba pasmado ante la historia que Juan Felipe contaba. No entendía mucho, pero dentro de mí lo sabía todo. El Jade tomo un respiró para continuar con la historia, parpadeo lentamente y siguió hablando.

- Ni los sacerdotes que venia con los hombres barbados, y que adoraban cual herejes a un dios único, pudieron con los terribles males que el mal desató en la tierra. Los ungidos por nuestros dioses trataron de combatir aquella plaga, que destruía montañas y ríos sin piedad. La única forma fue crear una alianza con los opresores.

Un poderoso atravesó los mares, y venido de los cielos del otro lado del mar, llegó a nuestras tierras alabado por los hombres blancos por un nombre extraño.

Salve amigo- gritó alegremente al encuentro de su homónimo, el dios serpiente, y su rostro se envolvió de pronto en seriedad para decir- un problema aqueja a nuestros hombres - –Pensé que no te volvería ver desde la creación del cosmos en el primer sol –contestó el dios de los barbados con voz profunda y sepulcral, y su sonrisa de complicidad dibujó un atardecer en la entonces devastada tierra. –Si – dijo Quetzalcoatl, -ya hace algunos ayeres, pero no olvido un rostro como el tuyo, Yahvé amigo mió, nunca te olvide-

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