sábado, 19 de mayo de 2007

Primeras Verdades

Juan Felipe hablaba extraño. Sus palabras eran como de libro de historia de esos aburridos, que cuentan algo que ya sabes, pero te molesta en volverlo a saber. El “jade” era raro, no extraño ni diferente, solo así, raro. Como en aquellos momentos en viajábamos en “la sheriff”, y su ropa se sacudía por el viento enloquecida. Mientras su mirada era ida y rabiosa, sus facciones expresaban una fuerte satisfacción sádica. Mientras su pecho brillaba con un extraño verde intenso.

Durante unos instantes el tiempo se detuvo. Los segundos eran calmados. De un parpadeo deje de ver los cabellos negros y alborotados de Juan Felipe, que latigueaban sobre su cara rabiosa y poseída. Y el viento que entraba ciclónico por la ventana de la camioneta en la que viajábamos, se convirtió gradualmente en una brisa calida. Y mientras la ventisca se hacia suspiro, y el frió, calor. Mi conciencia se fue diluyendo.

Era un suspiro, si, un soplido caliente que me hizo olvidar donde estaba, y reavivó mi memoria, moviendo mi conciencia al día que vi el poder de cruz de jade en manos de mi hermano, por primera vez.

Era de una tarde de verano. El sol se ocultaba calmado en la línea del horizonte agotado por otra faena, hacia algunas horas que habíamos escapado de la “Siembra Verde”, de Martín, de los malos recuerdos, la tumba de nuestra madre, que nos seguía a todos lados. Queríamos huir de todo, y buscar respuestas con un muerto, Juan Hurtado, nuestro padre que en delirio y bañando en miedo se fue a la frontera con pretextos tontos. Hacia haríamos nosotros.

-¿Que toda madre de Zúñiga no, José?- preguntó feliz Juan Felipe cuando llegamos al pueblo grande, el poblado de mayor caserío cercas de Cempatitlán. Lugar donde pasaba el tren cada tercer día, tierra donde se iba a misa cada jueves por la noche, sucursal y refugio de verdes para zorrear las zonas de la sierra, punto de partida para la distribución de los productos de la “Siembra Verde”. El pinché pueblo feo donde Zúñiga fue a tirar el ombligo, pero en el que nunca vivió.

- No soltó la camioneta- dijó entre risas Juan Felipe, mientras con sus dedos contaba las acciones del Sargento Zúñiga, -nos dio feria, chiva, y lugar pa´ agarrar el sueño,- hizo silencio mientras veía confundido las calles como si anduviera perdido, - Y además nos va hacer el suato cuando pregunte Martín por nosotros- interrumpí quebrándole el instante de silencio.

-Si, si pues es cabrón y ya… – dijo moviendo la mano de la muñeca como si le valiera madre mis palabras, -¿Dónde carajo estaba la vieja covacha de Zúñiga?- preguntó confundido mientras daba vueltas al amplio volante evitando el irregular terreno,- por que este puto rancho esta del carajo -.

-Era pasando la plaza, guey- le dije señalándole con la botella de caña a medio terminar que traía en la mano hacia el lado opuesto de donde estábamos – hasta en este pinche rancho te pierdes, guey, era para el otro lado – le gritaba.

Di la vuelta completa en la angosta calle, volteando la dirección de “la Sheriff”, metió la reversa de golpe haciendo crujir la caja de velocidades, anduvo unos metros así, cambio a velocidad, y acelerando tomó enojado el adoquín que atravesaba la plaza del pueblo para cambiar de calle. – ¿Estas guey? ¿O que te pasa?- le pregunte enojado después de ver por la ventana el resultado de aceleramiento en el suelo: un par de líneas negras de derrape. -¡Por aquí no es pinché jade suato!, ¿Qué no conoces esta rancho o que?- grite encabronado.

-¡No José¡- me contestó aun mas molestó Juan Felipe, mientras frenaba de golpe la camioneta a medio jardín de pueblo grande,- lo conozco bien, venia todos los días a ver a mi puta novia – dijó con tono sarcástico recordándome ayeres en lo que me perdí entre las faldas de una mujer fácil, para que al final me mandara al carajo y me pateara como perro.

Juan Felipe notó el coraje que iba naciendo en mis ojos y siguió por el mismo camino que varias veces le había dado resultado. -¿Qué?- dijo contento por los resultados- ¡Era una piruja, una mala inversión y te puso el cuerno, guey!-. Sentí rabia por dentro, no por la maleza de sus palabras, si no por que eran verdad.

A manera de defensa desde el orgullo grite palabras igual de cierta pero que con mas ganas, -¡Si! ¡Una vieja me arrebato el orgullo cuando le di el cielo! – y tomando aire, lo aturdí diciendo ante la mirada de los curiosos que nos venían discutir a media plaza en la camioneta, grite con todas mis fuerzas una verdad que le dolía -¡Pero tu le quitaste la vida a la mujer que nos la dio a ambos!

El no sabia que yo vi todo cuando ocurrió. Pero al enterarse su coraje aumento amarrándole los músculos. Desconociendo las reacciones, seguí gritándole con coraje, -¡Si jade!¡Se que con tus manos mataste a mi madre con coraje y traición!¡Tu, maldito jade!

No hay comentarios: