miércoles, 11 de abril de 2007

Lo Vi

-¡Martín, Martín! ¡Despierta cabrón!, ¡Nos vienen siguiendo!- gritaba desesperadamente Juan Felipe mientras que con la mano derecha me sacudida y con la izquierda maniobraba a “la sheriff” que iba como alma que lleva el diablo, -¡Despierta con un carajo!- ordenó mientras me dio una bofetada en la cara.

Hacia ya una semana que habíamos tomado la ruta a la capital, algo habíamos andado, de día manejaba yo, de noche Juan Felipe, parando en las sombras nocturnas solo para llenar el tanque de la camioneta que el sargento Zúñiga nos había dado para ir al norte, a tierras americanas a buscar respuestas sobre lo que paso Juan Hurtado, nuestro padre.

-¡Ahora cabrón!- conteste entre sueños muertos y aliento de resaca. Entre abrí los parpados ante la luz lejana de la madrugada que nacía apenas en el horizonte. - ¿Qué horas son estas de estar chigando? - dije mientras que estiraba la mano detrás de mi espalda para tomar mi camisa.

-¡Nos vienen siguiendo, cabrón!- repitió Juan Felipe, sus palabras tardaron penetrar el dolor de cabeza enloquecido y llegar hasta mi conciencia. -¡¿Qué?!- dije sorprendido, y al instante reaccione de golpe, como si una fuerte descarga eléctrica pasara por mi cuerpo haciéndolo despertar.

Rápidamente me puse la camisa, me enderece, jale la palanca de mi asiento para hacerlo hacia mí, y saque el rifle 22 que escondíamos en la caja de herramientas y la cargue con los balines que guardábamos en la guantera, me voltee, sentándome sobre el tablero y apunte al vidrio de atrás. Tan rápido, que yo mismo me sorprendí cuando me percate que lo había hecho.

Mire entre mi inercia, el vidrio trasero opaco por la brisa matutina, no vi nada. Sacudí rápidamente la cabeza hacia ambos lados, buscando concentración. Limpie el empaño de cristal con mi brazo, sin dejar de sostener el rifle sobre mi hombro, y observe con mas calma.

La recta carretera se vea solitaria desde la lejanía del valle por el que pasábamos, apreté la mirada en lo mas lejano para ver algo más, nada. Gire la cabeza hacia la ventanilla, menos. Aquella vía pavimentada estaba sola desde hacia horas, quizas dias. Mire por el quema cocos polarizado de la camioneta bañado con gotas de madrugada, buscando al acosador, el cielo despejado de nubes se veía aun con matizes negros de retazos de noche, aun no amanecia.

-¿Quién nos sigue cabrón?- dije encabronado y volteando a ver con somnolencia a Juan Felipe, exigiéndole con mi mirada trasnochada una respuesta que justificara mis reacciones. -¡Aun no lo veo! ¡pero lo se!- contesto volteando a todos lados con la mirada, - ¡alguien sigue nuestros pasos!, !tengo ese mal presentimiento como cuando los pitazos en la “Siembra Verde”! -.

Era extraño, pero era cierto. siempre sabia cuando los verdes estaban cerca, o si algo malo pasaría. En aquel momento, me vino a la mente una de las primeras veces que una aquellas “visiones” ocurrió.

Juan Felipe aun era un chaval de años, pero ya se sabía todo lo relacionado con el negocio familiar. Ya trasportaba y vendia hierba a clientes pesados, comercializaba con armas, dominaba con creces los artes del soborno, el chantaje y la intimidación.

Manejaba mejor que cualquiera armas de todo calibre: rifles, cuernos de chivo, revolvers, fusiles, metralletas, R´s, automáticas, en fin cualquiera cosa que disparase, era como juguetes en manos de “el jade”. Al igual que con los vehículos que iban desde motocicletas hasta avionetas, pasando por camionetas, camiones de carga, lanchas, en fin andaba por todo terreno, casi nacio sobre motor pues era pez en el agua.

Una tarde que descansábamos frente la bodega, se levanto sobresaltado, -¡vienen los verdes! ¡Vienen los verdes!-, tendría unos 13 años y corría por todo el patio asustado, gritando, -¡vienen los verdes! ¡Vienen los verdes en un camión rojo!-

-¡Estas loco!- dijo Juan Hurtado- ¡Vete a barrer la pista para la avioneta…que hoy viene Zúñiga!- no hay llegado al Juan Felipe al almacén, cuando un camión llego para ser cargado, y de el bajaron cual hormigas enloquecidas un regimiento de verdes armados con fusiles 22 y escopetas.

Aquello fue un infierno, lluvia de balas de aquí para allá, humo rojizo con olor a polvora y muerte por todos lados. Juan Hurtado con metralleta en mano matando verdes, estos usando de fortín la caja del camión. Manchas rojas bañando la pista y la bodega.

-¡Que poca cabrones!- le grite mientras que con el ultimo tiro de R-37, mi favorito desde que recuerdo, le volaba el brazo a un verde que estaba acechando muy cercas- ¡voy a tener que limpiar todo esto!- continué mientras veía la sangre espesa hirviendo, burbujear por el calor de los disparos y el ardor del pavimento, sobre la pista de aterrizaje.

De pronto, cuando por fin los teníamos sofocados, dos avionetas con sello nacional cruzaron el cielo. Desde el aire se asomaron los cañones de varias AK-47. Aquellos momentos fueron tan rápidos, pero en mi mente pasar con lentitud desde el instante que oí como chasqueaba el gatillo coordinado de las armas en el aire, mezclado con la sonrisa de satisfaccion de los ocho o diez verdes que aun vivían, al verlas por el aire.

Los Senna´s planearon hacia el horizonte, luego viraron, una regreso hacia donde estábamos, la otra dio una curva y se situó en el otro extremo, como yéndose de pique una contra otra, hacia el centro de la batalla con las armas por delante, formando una cruz entre los cuatro: arriba nosotros, abajo los verdes, a la izquierda una avioneta y a la derecha otra, apunto de estrellarse.

Vi como Juan Hurtado, cerraba los ojos esperando lo peor mientras giraba su arma hacia una de ella. Pero al acercarse algo mas, pude ver la confianza brillar en sus ojos , volteo rapidamente su arma hacia los verdes, y como si se hubiesen puesto de acuerdo con los cuernos de chivo en las naves, las armas dispararon a una misma tiro, mientras las avionetas giraron pasando cerca una de otra.

Fue todo una gran hazaña, las avionetas pasaron rozándose disparando hacia el camión acaban con toda brisna de vida, y al instante se levantaron en picada hacia arriba. Ni un solo verde vivió. Las avionetas, giraron y en menos de los trecientos metros de la pista aterrizaron sin problema, una tras la otra. Las capotas se abrieron con calma y de ellas bajaron Zúñiga y José, mi hermano mayor, riendo ambos a carcajadas por el hecho.

-¡Zúñiga, cabrón! ¡Zúñiga!, ¡Nos sigue Zúñiga, cabrón!- repetía Juan Felipe, mientras aceleraba a tope a la pobre “Sheriff”, -pues párate, guey- le dije en su mismo tono tratándoló de calmar- tal vez quiera arreglar el pedo del camión que volcamos- le expliqué, -¡No!- gritó desesperado Juan Felipe-¡No quiere eso!-, -¿Entonces? – hurgue en sus deseperadas razones.

Una voz ronca, desafiante, afinada y en momentos grave y abismal me contestó- ¡yo lo vi! ¡Quiere que se la devuelva , pero no se la daré!- ,- ¿Qué quiere?- le cuestione gritando mientras veia su rostro cubierto por la histeria, -Quiere el poder de la cruz de jade- contestó con voz calmada Juan Felipe.

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