viernes, 23 de marzo de 2007

Mictlante

El emperador volteó con calma y pavor hacia el rostro ensangrentado de su hijo mayor, hacia apenas dieciséis vueltas de la ruedas del tiempo que el muchacho hacia nacido en el mes de la serpiente armada.

Sin embargo, al sentir la delgada mano del chaval apretando con fuerza a su muñeca, la vida de su hijo le pasó en un instante por la miranda, cuando nació, su primer bocado, sus primeros pasos, el ritual de purificación a su vida adulta. Todo pasó deprisa, como corriendo, haciéndole revivir lo que ya sabía. Aquel hombre, tenía las facciones confundidas por el miedo, pero muy dentro de si, sabía que algún día aquello debía de pasar.

-¿Acaso no me esperabas?- dijo una voz ronca tallada por los años desde la cabecera del principe moribundo -¿Tengo que darte la victoria en todas las guerras para llamar la atención, Coyotlatoani?, ¿Acaso del hermano del dios de la guerra no merece una audiencia con el monarca del pueblo preferido por los dioses?, ¿Qué no merezco hablar contigo Coyotlatoani, Señor Coyote?-.

El emperador tembló. Levantó poco a poco los ojos que veían a la mano esforzada del principe, miró hacia la cabellera del muchacho, que manchada con matices rojizos se hallaba alborotada como de guerrero en batalla.

Los ojos del monarca Coyotlatoani miraron fijamente los de su hijo, pero ahí en el centro, donde debería de estar su espíritu, estaba una llamarada de odio. -¿Qué pena debe pagar mi vástago?- gritó como rabia. - ¡Yo soy el del trato contigo!, ¡cóbrate con el que debe el jade, no con quien lo heredada!-

-Mi trato fue sencillo- dijo nuevamente la voz rasposa que salía del pecho del joven como una luz verdosa- tu imperio crecía, tus guerreros llegaban victoriosos de sus batallas con los hombres del mar. Tu a cambio, me dabas un ser mortal para habitar el mundo terreno, ¿lo olvidas acaso?- preguntó la voz con un tono burlesco y sarcástico.

A la memoria del rey Coyotlatoani regresó al día que comenzó su reinado, unos días después de los funerales. Cuando sintió que el mundo se le venia encima. Nuevos pueblos bélicos habían llegado a las fronteras del suyo. Los pueblos sojuzgados por el yugo del las conquistas aztecas, se aliaban para recuperar su libertad. Su propio pueblo exigía paz en el reino. Su padre, el justo rey Ocelote, descendiente del sabio abuelo coyote, había muerto.

Todo aquello no le hubiese causado mayor pena. A el no le correspondía el honor de ser el nuevo monarca. Su hermano mayor ocuparía el trono al final de las ceremonias fúnebres, el se ocuparía de tales problemas.
Su hermano, el honorable Tonalcolli, el águila del sol subiría al trono como le correspondía para recobrar la paz en el imperio, liberaría de tributos a los pueblos del heridos por tanto tiempo, y propondría una alianza para hacer un nuevo reino, regido por varios gobernantes, todo seria en calma otra vez, como en el tiempo mismo de los dioses.

Sin embargo, los dioses mismos, deseaban otra cosa para el imperio. Así en los últimos días del funeral del rey, Mictlante, dios de la muerte y señor del inframundo, rondaba la zona para llevar el aliento de vida del emperador al Tonatila el lugar detrás del sol donde iban los grandes guerreros.

Pero el destino escrito por las estrellas, decía que el siguiente monarca seria Coyotec, el príncipe menor, segundo hijo del rey Ocelote. Un nuevo ciclo brillaba en negra y afilada daga de obsidiana que Mictlante dio a Coyotec.
La sangre del águila del sol tenia que bañar el inicio del reino del Coyote. Los mismos dioses movieron al joven Coyotec hasta la habitación de Tonalcolli, donde su cuello fue presa fácil ante el poderoso filo de aquella piedra sagrada.

Al sentir la frialdad de la obsidiana recorrer su cuello arrancándole la vida, abrió los ojos para ver la penetrante mirada de su hermano, -¿poor queee?- susurró con su ultimo soplo de vida, entre sangre y llanto el heredero al trono azteca.
Coyotec, poseído por el espíritu mismo del dios de los muertos, dijo con una voz ronca, diabólica y temible -Cuando el destino llama la sangre no importa”-.

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