martes, 5 de diciembre de 2006

Encerrado

-“Pa´ que no se vayan a la buena de dios”- me dijo con una voz ruda y fraternal el sargento Zúñiga, dándome una bolsa de viaje con varias fajas de billetes. El día que no su fugamos de “La Siembra Verde” y llegamos con él para que nos echará la mano, -“hay en la capital tengo un cuarto, no es “La Siembra Verde”, pero es algo. Hay pueden pasar la noche en su camino pa´l norte. Oigan.... ¿y en serio van a dejar a Martín solo en la hacienda?”- dijo aun poco incrédulo. -“¡si!”- conteste de inmediato mientras movía la cabeza de arriba a abajo. – “yo no los juzgo”- dijo mientras yo la abría y veía el interior- “Las llaves del cuarto están en la mochila, junto con las de “la sheriff,”- ,- “¡su camioneta!,...bueno” pensé. “Hay se la dejan a la vecina cuando se vayan”- dijo en tono de despedida. –“Gracias por todo, acuérdate nomás de no decirle nada a Martín de donde andamos”-le dijo José Juan despidiéndose de el saludándolo de mano para culminar con un cordial abrazo. –“un militar siempre cumple su palabra”- dijo Zúñiga poniéndose en pose de saludo, con la mano en la frente.

Parecía extraño pero era cierto, siempre había cumplido su palabra; recuerdo el día que me enseño a usar el helicóptero, poco tiempo después de que mi padre se fuera. A medio despegue me dijo –“tu no te preocupes, siempre voy a estar pa´ ayudarte.”- y llevando su mano a la frente continúo con su clásico juramento–“palabra de militar”-. Eran ciertas sus palabras. Siempre estuvo ahí.

Cuando aun estaba mi padre, le lleve un paquete a un verde. Estuvo más de un mes zorreando el cerro, nada más haciéndose el tonto, circulando los terrenos de “La Siembra Verde”. Ese día le lleve un fajo de billetes para que se aplacara. Pero este fue más listo que el resto al que habíamos estado sobornando antes. Tan pronto le ofrecí mi bolsa y vio su contenido, me tomo fuertemente del cuello de la camisa, antes de que lograra irme.

Con voz de furia sarcástica me dijo–“¡mira muchacho desgraciado!,¡ni voy a ceder a tus tonterías!”- dijo arrojándome en la cara el dinero que lo sacaba del paquete, -“¡ni voy a dejar que me sigan chingando!. Así que mientras tu padre no me de lo que me pertenece, yo no te dejo ir,”- y con ese tono de sarcasmo puro que lo caracterizó me cuestionó “-¿Verdad que si me entiendes desgraciado?”- con los nervios apoderados de mi garganta le conteste tartamudeando –“sisiiiisi lo aaagaaarro, seseñor”-. En ese momento, un fuerte golpe en la nuca, me hizo perder el sentido.

Cuando desperté estaba atado de pies y manos, con un trapo en la boca. Me tarde un rato en saber donde estaba ya que era un lugar muy oscuro y desconocido para mí. En cuento mis ojos se acomodaron a la oscuridad, me di cuenta que era una cueva que goteaba agua por todos lados. El lugar parecía más bien un establo para animales que una cárcel; pues tenía mucho heno y una pila donde se reunía agua que caía desde el techo. En la pared de la celda sobresalía una pierda hueca, con una oreja para amarrar riendas de bestias.

No recuerdo cuanto tiempo estuve ahí, solo que después de un tiempo mi cuerpo no pudo con el hambre y me quede dormido de un rato para otro como si la fuerza me faltara. Entre sueño oí a una mujeres que hablaban afuera de mi prisión. De repente abrió la puerta; yo quería salir corriendo, pero tan cansado que tan solo de pensarlo mi cuerpo durmió otras ves. Sentía como me quitaba la mordaza de la boca y la soga de las manos. Las de los pies me las dejo, no se por que, si después me las pude quitar yo solo, pero me las dejaron.

En días concretos no supe cuanto estuve ido, pero me despertó una vara dura de palo espinado que golpeaba con rabia mi cansada espalda. –“¡Levántate hijo de tu desgraciada madre!”- me grito una voz demoníaco enojo. Otro varazo en el lomo, me hizo recordar en que lugar me encontraba. –“¡aaahh!”- me queje susurrantemente por el dolor sentido al despegar la vara, que me había quedado adherida a la piel de la espalda por las espinas que tenía el madero con el que me golpeaba

Como pude me levante, y vi para mi desgracia que el tipo que me golpeaba era el coronel que me había tomado como rehén. –“mira muchacho, tu padre no me quiere dar la cruz de jade”- dijo con su clásico tono de enojo y la vara ensangrentada en la mano, -“así que yo no te devuelvo”-. Otro varazo esta vez en la rodilla, me hizo caer al suelo. Sentí rabia. Quería golpearlo hasta verlo muerto en el suelo. Mi enojo se reunió en mi puño izquierdo, donde aun conservaba mi pulsera de jade, junto con toda la fuerza que tenía; más cuando lo quise usar sabiendo de antemano que no le causaría daño si no mas rabia. Fue tan tremenda mi fuerza fusionada con mi enojo que el coronel cayó al suelo ante el impacto provisto.

Más como estaba débil solo di unos pasos y caí al suelo nuevamente, disfrutando en mis adentros ver sangrar al coronel en el suelo. Ya caído oí cercas un gran chorro de agua, como una cascada; más no me duro mucho el gusto, pues una sarta de patadas en las costillas me hizo perder el conocimiento y la sensación de mi pecho. No se por que, pero antes de quedarme dormido me vinieron a la mente las palabras prometedoras del Sargento Zúñiga, “palabra de militar, siempre estaré ahí”.

1 comentario:

kireymx dijo...

Me gusta la historia desde este momento tienes una seguidora.